Las Regresiones Parecían Un Éxito Increíble – Muchas Vidas Muchos Maestros Capitulo 6 -1

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Las Regresiones Parecían Un Éxito Increíble
Muchas Vidas Muchos Maestros Capitulo 6 -1

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Empecé a fijar las sesiones semanales de Catherine a última hora del día, puesto
que siempre duraban varias horas. Cuando volvió, a la semana siguiente, aún
tenía el mismo aspecto apacible. Había llamado por teléfono a su padre. Sin darle
detalle alguno, lo había perdonado, a su modo. Yo nunca la había visto tan
serena. Me maravillaba la rapidez de su progreso. Es raro que un paciente con
ansiedades y miedos tan crónicos y arraigados mejore de manera tan
espectacular. Claro que Catherine no era en absoluto una paciente común, y el
rumbo tomado por su terapia era inigualable, desde luego.
—Veo una muñeca de porcelana sentada en una especie de repisa. —Había
caído prontamente en un trance profundo—. A ambos lados del hogar hay libros.
Es una habitación dentro de una casa. Junto a la muñeca hay candelabros. Y una
pintura… de la cara, la cara del hombre. Es él…
Catherine estaba observando el cuarto. Le pregunté qué veía.
—Algo cubre el suelo. Es velludo, como… es una piel de animal, sí… una especie
de alfombra hecha con pieles de animales. A la derecha hay dos puertas de
vidrio… que dan a la galena. Hay cuatro peldaños; columnas en la fachada de la
casa; cuatro peldaños para descender. Conducen a un sendero. Arboles grandes
por todas partes… Hay algunos caballos fuera. Están atados… a unos postes que
se levantan fuera, delante de la casa.
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—¿Sabes dónde está eso? —pregunté.
Catherine aspiró profundamente.
—No veo ningún nombre —susurró —, pero el año, el año ha de estar en alguna
parte. Es el siglo XVIII, pero no… Hay árboles y flores amarillas, flores amarillas
muy bonitas. —Las flores la distrajeron —. Tienen un perfume estupendo; un
perfume dulce, las flores… flores extrañas, grandes… flores amarillas con el centro
negro.
Hizo una pausa, permaneciendo entre las flores. Eso me recordó un sembrado de
girasoles en el sur de Francia. Le pregunté por el clima.
—Es muy templado, pero no hay viento. No hace calor ni frío.
No avanzábamos nada en cuanto a identificar el lugar. La llevé otra vez al interior
de la casa, lejos de las fascinantes flores amarillas, y le pregunté a quién
representaba el retrato que colgaba encima de la repisa.
—No puedo… Oigo una y otra vez Aaron… su nombre es Aaron.
Le pregunté si era el dueño de la casa.
—No, el dueño es su hijo. Yo trabajo aquí.
Una vez más desempeñaba el papel de criada. Nunca se había acercado, siquiera
remotamente, a la importancia de una Cleopatra o un Napoleón. Quienes dudan
de la reencarnación (incluida mi propia y científica persona hasta dos meses antes
de ese momento) suelen señalar la excesiva frecuencia de las encarnaciones en
personajes famosos. Yo me encontraba en la rarísima situación de presenciar una
demostración científica de la reencarnación en mi consultorio del departamento de
Psiquiatría. Y se me estaba revelando mucho más que la autenticidad de la
reencarnación.
—Siento la pierna muy… —prosiguió—muy pesada. Me duele. Es casi como si no
la tuviera… Me he herido la pierna. Me han dado una coz los caballos. —Le
indiqué que se observara.
»Tengo pelo castaño, pelo castaño y rizado. Llevo una especie de sombrero, una
especie de toca blanca… y vestido azul, con algo parecido a un mandil… un
delantal. Soy joven, pero ya no niña. Pero me duele la pierna. Acaba de ocurrir.
Duele muchísimo. —Era evidente que sufría mucho —. Herradura… herradura.
Me ha dado con la herradura. Es un caballo muy, pero muy malo. —Su voz se
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hizo más suave al ceder finalmente el dolor—. Siento el olor del heno, el forraje
del granero. Hay otras personas que trabajan en la parte de los establos.
Le pregunté qué funciones cumplía.
—Era responsable de servir… en la casa grande. También me ocupaba a veces
de ordeñar las vacas. —Quise saber más sobre los propietarios.
»La esposa es bastante regordeta, muy poco atractiva. Y hay dos hijas… No las
conozco —agregó, anticipándose a la pregunta de si habían aparecido ya en la
vida actual de Catherine.
Inquirí por su propia familia del siglo XVIII.
—No sé; no la veo. No veo a nadie conmigo.
Le pregunté si vivía allí.
—Vivo aquí, sí, pero no en la casa principal. Muy pequeña… la casa que nos han
dado. Hay pollos. Recogemos los huevos. Son huevos oscuros. Mi casa es muy
pequeña… y blanca… una sola habitación. Veo un hombre. Vivo con él. Tiene el
pelo muy rizado y los ojos azules.
Quise saber si estaban casados.
—No; según ellos entienden el casamiento, no.
¿Había nacido allí?
—No. Me trajeron a la finca cuando era muy pequeña. Mi familia era muy pobre.
Su compañero no parecía conocido. Le indiqué que avanzara en el tiempo hasta
el siguiente acontecimiento importante de esa vida.
—Veo algo blanco… blanco, con muchas cintas. Ha de ser un sombrero. Una
especie de toca, con plumas y cintas blancas.
—¿Quién la lleva? ¿Es…? —Me interrumpió, haciéndome sentir un poco estúpido:
—La señora de la casa, desde luego. Se casa una de sus hijas. Toda la finca
participa en la celebración.
Pregunté si el periódico decía algo sobre la boda. En ese caso, le habría pedido
que mirara la fecha.
—No, no creo que aquí haya periódicos. No veo nada parecido. —La
documentación parecía difícil de conseguir en esa vida.
—¿Te ves en esa boda? —quise saber.
Ella respondió de prisa, en un susurro alto:
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—No estamos en la boda. Sólo podemos observar a la gente que va y viene. Los
sirvientes no podemos asistir.
—¿Qué sientes?
—Odio.
—¿Por qué? ¿Acaso te tratan mal?
—Porque somos pobres —respondió con suavidad—y estamos reducidos a
servirlos a ellos. Y porque tenemos muy poco, en tanto que ellos tienen mucho.
—¿Llegas a salir de esa finca? ¿O pasas toda tu vida allí?
Respondió con melancolía:
—Paso toda mi vida allí.
Pude percibir su tristeza. Esa vida era a un tiempo difícil y desesperanzada. La
hice avanzar hasta el día de su muerte.
—Veo una casa. Estoy tendida en cama, tendida en la cama. Me dan algo a
beber, algo caliente. Tiene olor a menta. Me pesa mucho el pecho. Me cuesta
respirar. Me duelen la espalda y el pecho… Un dolor fuerte… cuesta hablar.
Respiraba aceleradamente, superficialmente, con mucho dolor. Al cabo de
algunos minutos de agonía, su cara se ablandó y su cuerpo quedó laxo. La
respiración recobró la normalidad.
—He abandonado mi cuerpo. —Su voz era más alta y ronca—. Veo una luz
maravillosa… Salen a mi encuentro. Vienen a ayudarme. Personas maravillosas.
No tienen miedo… Me siento muy liviana… —Hubo una pausa larga.
—¿Tienes algún pensamiento sobre la vida que acabas de abandonar?
—Eso es para después. Por el momento sólo siento la paz. Es un tiempo de
consuelo. La persona debe ser reconfortada. El alma… aquí el alma encuentra
paz. Se dejan todos los dolores físicos atrás. El alma está apacible y serena. Es
una sensación maravillosa… maravillosa, como si el sol brillara siempre sobre
una. ¡La luz es tan intensa! ¡Todo viene de la luz! De esa luz viene la energía.
Nuestra alma va inmediatamente hacia allí. Es como una fuerza magnética que
nos atrae. Es maravillosa. Es como una fuente de poder. Sabe curar.
—¿Tiene algún color?
—Tiene muchos colores.
Hizo una pausa, descansando en la luz.
—¿Qué estás experimentando? —aventuré.
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—Nada… Sólo paz. Una está entre sus amigos. Todos están allí. Veo a muchas
personas. Algunas me son familiares; otras, no. Pero estamos allí, esperando.
Continuó aguardando, en tanto pasaban lentamente los minutos. Decidí acelerar
el paso.
—Tengo una pregunta que hacer.
—¿A quién? —preguntó Catherine.
—A alguien. A ti o a los Maestros —contesté, saliéndome por la tangente—. Creo
que nos ayudará comprender esto. La pregunta es: ¿elegimos el momento y el
modo de nacer y de morir? ¿Podemos elegir nuestra situación? ¿Podemos elegir
el momento de nuestro nuevo tránsito? Creo que si comprendiéramos esto
muchos de tus miedos se aliviarían, Catherine. ¿Hay alguien ahí que pueda
responder a esas preguntas?
Hacía frío en el cuarto. Cuando Catherine volvió a hablar, su voz fue más grave y
resonante. Era una voz que yo nunca le había oído. Era la voz de un poeta.
—Sí. Nosotros elegimos cuándo entramos en nuestro estado físico y cuándo lo
abandonamos. Sabemos cuándo hemos cumplido lo que se nos envió a cumplir.
Sabemos cuándo acaba el tiempo y uno aceptará su muerte. Pues uno sabe que
no obtendrá nada más de esa vida. Cuando se tiene tiempo, cuando se ha tenido
tiempo de descansar y recargar de energías el alma, se le permite a uno elegir su
reingreso en el estado físico. Quienes vacilan, quienes no están seguros de su
retorno aquí, pueden perder la oportunidad que se les ha dado, la posibilidad de
cumplir lo debido cuando están en un cuerpo.
Quién Me Está Hablando?
Muchas Vidas Muchos Maestros Capítulo 6 Parte 1
Experiencias psiquiátricas del Dr. Brian Weiss narradas por sus pacientes en estado hipnótico, asistiendo al nacimiento de la terapia regresiva a vidas pasadas.

Este video se encuentra aquí: https://youtu.be/YFMnoaqqmpU
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