Testimonios de Reencarnación – Muchas Vidas Muchos Maestros

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Testimonios de Reencarnación
Muchas Vidas Muchos Maestros Capitulo 3 Parte 2

Revolví las bibliotecas de medicina, con un apetito nuevo e insaciable por cualquier

artículo científico que se hubiera publicado sobre la reencarnación. Estudié las obras

del doctor Ian Stevenson, respetado profesor de psiquiatría en la Universidad de

Virginia, quien ha publicado una extensa bibliografía psiquiátrica. El doctor Stevenson

ha reunido más de dos mil ejemplos de niños con recuerdos y experiencias del tipo de

la reencarnación. Muchos presentaban xenoglosia, la capacidad de hablar un idioma

extranjero al que nunca habían estado expuestos. Estas historias clínicas están

completas, cuidadosamente investigadas; son en verdad notables.

Leí un excelente panorama científico de Edgar Mitchell. Con gran interés, examiné los

datos de percepciones extrasensoriales reunidos por la Universidad de Duke, y los

escritos del profesor C. J. Ducasse de la Universidad de Brown; también analicé con

atención los estudios de los doctores Martin Ebon, Helen Wambach, Gertrude

Schmeidler, Frederick Lenz y Edith Fiore. Cuanto más leía, más quería leer. Comencé a comprender que, si bien me tenía por profesional bien informado con respecto a todas

las dimensiones de la mente, mi instrucción era muy limitada. Hay bibliotecas enteras

llenas de este tipo de investigación y bibliografía, pero son muy pocos los que las

conocen. Una gran parte de esta investigación fue realizada, verificada y reproducida

por respetables médicos y científicos. ¿Es posible que todos estuvieran equivocados,

que se engañaran? Las pruebas parecían abrumadoramente positivas, pero yo aún

dudaba. Abrumadoras o no, me costaba creer en ellas. Tanto Catherine como yo, cada

uno a su modo, habíamos quedado profundamente afectados por la experiencia.

Catherine mejoraba en el plano emocional; yo ensanchaba los horizontes de mi mente.

Ella, atormentada por sus miedos durante muchos años, empezaba a hallar algún alivio.

Ya fuera por medio de recuerdos verdaderos, o por medio de vívidas fantasías, yo

había hallado el modo de ayudarla y no pensaba detenerme.

Por un breve instante pensé en todo esto, mientras Catherine caía en trance, al iniciarse la sesión siguiente. Antes de la inducción hipnótica, ella me había relatado un sueño

sobre cierto juego que se jugaba en viejos peldaños de piedra, con un tablero

cuadriculado en el cual había agujeros. El sueño le había parecido especialmente

vívido. Le indiqué que superara los límites normales del tiempo y el espacio, que fuera

hacia atrás para ver si ese sueño tenía sus raíces en alguna reencarnación previa.

—Veo escalones que llevan a una torre… da a las montañas, pero también al mar. Soy

un muchacho… Tengo el pelo rubio… extraño. Visto ropas cortas, pardas y blancas,

hechas de pieles de animal. En lo alto de la torre hay algunos hombres que vigilan…

guardias. Están sucios. Juegan a algo parecido al ajedrez, pero no es eso. El tablero no es cuadrado, sino redondo. Juegan con piezas afiladas, semejantes a dagas, que se

ajustan a los agujeros. Las piezas tienen arriba cabezas de animales. ¿Territorio de

Kirustán (ortografía fonética)? En los Países Bajos, alrededor de 1473.

Le pregunté el nombre del lugar en donde vivía y si podía ver u oír un año.

—Ahora estoy en un puerto marítimo; la tierra desciende hasta el mar. Hay una

fortaleza… y agua. Veo una cabaña… mi madre, cocinando en una olla de arcilla. Me

llamo Johan.

Avanzó hasta su muerte. A esa altura de nuestras sesiones, yo aún buscaba un único y

abrumador suceso traumático que pudiera causar o explicar sus síntomas actuales. Aun si esas visualizaciones de vidas pasadas, notablemente explícitas, eran pura fantasía (y yo no habría

podido asegurarlo) lo que ella creyera o pensara podía aún servir de base a sus

síntomas. Después de todo, yo había visto a pacientes traumatizados por sus sueños.

Algunos no lograban recordar si un trauma de la infancia se había producido en la

realidad o sólo en un sueño, pero su recuerdo todavía los obsesionaba en la vida

adulta.

Lo que aún no apreciaba del todo era que el constante martilleo diario de las influencias socavadoras, como las críticas mordaces de un progenitor, podían causar traumas psíquicos incluso peores que un solo suceso traumático. Esas influencias perjudiciales, puesto que se funden con el entorno diario de la vida, son aún más difíciles de recordar y exorcizar. Una criatura criticada de manera constante puede perder tanta confianza y autoestima como quien recuerda haber sido humillado en una horrible ocasión especial.

El niño nacido en una familia pobre, a quien diariamente le falta la comida en cantidad

suficiente, puede sufrir con el tiempo los mismos problemas psíquicos que quien

experimentó un único episodio importante en el que estuvo a punto de morir de hambre

por casualidad. Pronto comprendería yo que el castigo cotidiano de fuerzas negativas

debía ser reconocido y resuelto con tanta atención como la que se presta a un único y

abrumador acontecimiento traumático.

Catherine comenzó a hablar.

—Hay botes, parecidos a canoas, pintados de colores intensos. Zona de Providence.

Tenemos armas, lanzas, hondas, arcos y flechas, pero más grandes. En el bote hay

remos grandes y extraños… Todo el mundo tiene que remar. Quizás estamos perdidos;

está oscuro. No hay luces. Tengo miedo. Nos acompañan otros botes (una incursión de

ataque, al parecer). Temo a los animales. Dormimos sobre sucias y malolientes pieles

de animales. Estamos de exploración. Tengo zapatos extraños, como sacos… atados a

los tobillos… hechos también con pieles de animal. (Larga pausa.) Siento en la cara el

calor del fuego. Los míos están matando a los otros, pero yo no. No quiero matar.

Tengo el cuchillo en la mano.

De pronto comenzó a gorjear y a respirar trabajosamente. Informó de que un

combatiente enemigo la había aferrado desde atrás, por el cuello, para degollarla con

un puñal. Vio la cara del asesino antes de morir: era Stuart. El aspecto del hombre era

diferente, pero ella sabía que se trataba del mismo. Johan había muerto a los veintiún

años.

Luego se encontró flotando por encima de su cuerpo y observando la escena de abajo.

Se elevó hasta las nubes, perpleja y confundida. Pronto se sintió atraída hacia un

espacio «diminuto y cálido». Estaba a punto de nacer a una nueva vida.

—Alguien me tiene en brazos —susurró, lenta y soñadoramente—, alguien que ayudó

en el nacimiento. Lleva un vestido verde y delantal blanco. Y un sombrero blanco,

doblado hacia atrás en las esquinas. Las ventanas del cuarto son muy extrañas… tienen

muchas secciones. El edificio es de piedra. Mi madre tiene el pelo largo y oscuro.

Quiere abrazarme. Tiene puesto un camisón extraño… áspero. Duele frotarse contra él.

Es agradable estar al sol, abrigada otra vez. Es… ¡es la misma madre que tengo ahora!

En la sesión anterior, yo le había indicado que observara con atención a las personas

importantes de cada vida, por si podía identificarlas con las personas importantes de su

existencia actual. Según casi todos los escritores, los grupos de almas tienden a

reencarnarse juntos una y otra vez, para elaborar el karma (deudas para con otros y

para con uno mismo, lecciones que hay que aprender) a lo largo de muchas vidas.

En mis intentos de comprender ese extraño y espectacular drama que se desplegaba

en mi tranquilo y penumbroso consultorio, sin que el resto del mundo lo supiera, yo

quería verificar esa información. Sentía la necesidad de aplicar el método científico, el

que había utilizado rigurosamente en los quince años de investigación previa, para

evaluar ese curiosísimo material que emergía de los labios de Catherine.

Entre una y otra sesiones, la misma Catherine se iba volviendo más y más psíquica.

Tenía intuiciones con respecto a personas y acontecimientos que resultaban acertadas.

Durante la hipnosis había comenzado a anticiparse a mis preguntas, sin darme tiempo a formularlas. Muchos de sus sueños tenían una inclinación precognitiva o de adivinación.

En cierta ocasión en que sus padres fueron a visitarla, su padre expresó muy grandes

dudas sobre lo que estaba ocurriendo. Para demostrarle que era cierto, ella lo llevó al

hipódromo. Allí procedió a indicar al ganador de cada carrera. Su padre quedó atónito.

Una vez demostrado lo que ella deseaba, tomó todo el dinero que había ganado y se lo

entregó al primer pobre con quien se cruzó al salir del hipódromo. Sabía, por intuición,

que los poderes espirituales recién obtenidos no debían ser utilizados para obtener

recompensas materiales. Para ella tenían una importancia mucho más elevada. Según

me dijo, esa experiencia la asustaba un poco, pero estaba tan complacida con los

progresos logrados que se sentía ansiosa por continuar con las regresiones a vidas pasadas.

Por mi parte, sus habilidades psíquicas me espantaban y me fascinaban al mismo

tiempo; sobre todo, el episodio del hipódromo. Era una prueba tangible: Catherine tenía

el boleto ganador de cada una de las carreras. No se trataba de una coincidencia. Algo

muy raro había estado pasando en esas últimas semanas, y yo me esforzaba por no

perder mi perspectiva. No podía negar que la muchacha tenía aptitudes psíquicas. Y si

éstas eran reales y podían producir pruebas tangibles, ¿serían verdad también sus

descripciones de hechos acaecidos en vidas pasadas?

Ahora volvía a la vida en la que acababa de nacer. Esa reencarnación parecía más

reciente, pero no pudo identificar un año. Se llamaba Elizabeth.

—Ahora soy mayor; tengo un hermano y dos hermanas. Veo la mesa de la cena… Allí

está mi padre… es Edward (el pediatra, nuevamente representando el papel de padre).

Mis padres están riñendo otra vez. La comida es patatas con habichuelas, y él se ha

enojado porque está fría. Discuten mucho. Él se pasa todo el tiempo bebiendo… Golpea a mi madre. (La voz de Catherine sonaba asustada y estaba visiblemente estremecida.)

Empuja a los niños. No es como antes, no es la misma persona. No me gusta. Ojalá se

fuera.

Hablaba como una criatura.

Muchas Vidas Muchos Maestros Capitulo 3 Parte 3

* * *

Las preguntas que yo le hacía en esas sesiones eran por supuesto muy diferentes de

las que utilizaba en la psicoterapia normal. Con Catherine actuaba casi a la manera de

un guía; trataba de revisar toda una vida en una o dos horas, buscando acontecimientos

traumáticos y patrones perjudiciales que pudieran explicar sus síntomas de la

actualidad. La terapia corriente se realiza a ritmo mucho más detallado y lento. Se

analiza cada palabra elegida por el paciente, en busca de matices y significados

ocultos. Cada gesto facial, cada movimiento del cuerpo, cada inflexión de la voz deben

ser tenidos en cuenta y evaluados. Cada reacción emocional merece un cuidadoso

escrutinio. Se construyen minuciosamente los patrones de conducta. Con Catherine, en

cambio, los años podían transcurrir en minutos. Las sesiones con ella eran como

conducir un auto de carrera a toda velocidad… y tratando de distinguir las caras de la

multitud.

* * *

Volví mi atención a Catherine y le pedí que avanzara en el tiempo.

—Ahora estoy casada. Nuestra casa tiene una sola habitación, grande. Mi esposo es

rubio. No lo conozco. (Es decir, aún no ha aparecido en la vida actual de Catherine.)

Todavía no tenemos hijos… Él es muy bueno conmigo. Nos amamos y somos felices.

Al parecer, había escapado con éxito a la opresión del hogar paterno. Le pregunté si

podía identificar la zona en donde vivía.

—¿Brennington? —susurró, vacilando—. Veo libros con cubiertas antiguas y raras. El

grande se cierra con una correa. Es la Biblia. Hay letras grandes y extrañas… Idioma

gaélico.

En ese punto dijo algunas palabras que no pude identificar. No tengo idea de si eran o

no gaélicas.

—Vivimos tierra adentro, no cerca del mar. El condado… ¿Brennington? Veo una granja

con cerdos y corderos. Es nuestra. —Se había adelantado en el tiempo—. Tenemos

dos varones… El mayor se casa. Veo la torre de la iglesia… un antiquísimo edificio de

piedra.

De pronto le dolía la cabeza; sufría y se apretaba la sien izquierda. Dijo que se había

caído en los escalones de piedra, pero se repuso. Murió a edad avanzada, en su cama,

rodeada por toda la familia.

Una vez más, salió flotando de su cuerpo al morir, pero en esa ocasión no se sintió

perpleja ni confundida.

—Tengo conciencia de una luz intensa. Es maravillosa; de esa luz se obtiene energía.

Descansaba tras la muerte, entre dos vidas. Pasaron en silencio algunos minutos. De

pronto habló, pero no con el susurro lento que siempre había utilizado hasta entonces.

Ahora su voz era grave y potente, sin vacilaciones.

—Nuestra tarea consiste en aprender, en llegar a ser como dioses mediante el

conocimiento. ¡Es tan poco lo que sabemos! Tú estás aquí para ser mi maestro. Tengo

mucho que aprender. Por el conocimiento nos acercamos a Dios, y entonces podemos

descansar. Luego regresamos para enseñar y ayudar a otros.

Quedé mudo. Era una lección posterior a su muerte, proveniente del estado intermedio.

¿Cuál era la fuente de ese nuevo material? No sonaba en absoluto como el modo de

hablar de Catherine. Ella nunca se había expresado así, con ese vocabulario y esa

fraseología. Hasta el tono de su voz era completamente distinto.

En ese momento no comprendí que, si bien Catherine había pronunciado las palabras,

no discurría personalmente las ideas: estaba transmitiendo lo que se le decía. Más

adelante identificó como fuente a los Maestros, almas altamente evolucionadas que en

esos momentos no estaban en un cuerpo. Podían hablar conmigo a través de ella.

Además de poder regresar a vidas pasadas, Catherine podía ahora canalizar el

conocimiento del más allá. Bellos conocimientos. Yo me esforcé por no perder la

objetividad.

Se había introducido una nueva dimensión. Catherine no había leído los estudios de la

doctora Elizabeth Kübler-Ross ni los del doctor Raymond Moody, que han escrito sobre

las experiencias cercanas a la muerte. Ni siquiera había oído hablar del Libro tibetano

de los muertos. Sin embargo, relataba experiencias similares a las que describían esos

escritos. Era una prueba, en cierto modo. Lástima que no hubiera más hechos, detalles

más tangibles que yo pudiera verificar. Mi escepticismo fluctuaba, pero se mantenía. Tal

vez ella había leído sobre las experiencias de muerte en alguna revista, quizás había

visto alguna entrevista en un programa de televisión. Aunque negara tener recuerdos

conscientes de ese tipo, tal vez retenía un recuerdo subconsciente. Pero iba más allá

de esos escritos anteriores a su experiencia: transmitía mensaje desde ese estado

intermedio. ¡Lástima que no tuviera más datos!

Al despertar, Catherine recordó, como siempre, los detalles de sus vidas pasadas, pero

no había retenido nada de lo ocurrido después de su muerte en la persona de Elizabeth.

En el futuro, jamás recordaría detalle alguno de los estados intermedios. Sólo podía

recordar las vidas pasadas

«Por el conocimiento nos acercamos a Dios.»

Estábamos en el camino.

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Muchas Vidas Muchos Maestros Capítulo 3 Parte 2
Experiencias psiquiátricas del Dr. Brian Weiss narradas por sus pacientes en estado hipnótico, asistiendo al nacimiento de la terapia regresiva a vidas pasadas.

Este video se encuentra aquí: https://youtu.be/Cdz92Gc2Rns
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