Me Hablaron de Sueños de Vidas Anteriores – Muchas Vidas Muchos Maestros Capítulo 9 Parte 3

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Me Hablaron de Sueños de Vidas Anteriores
Muchas Vidas Muchos Maestros Capítulo 9 Parte 3

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Ella había vuelto a quedar en silencio. Pasaron algunos minutos.
—Veo un coche —comenzó —, un coche azul.
—¿Un cochecito de bebé?
—No, un carruaje… ¡Algo azul! Una orla azul arriba, azul por fuera…
—¿Es un carruaje tirado por caballos?
—Tiene ruedas grandes. No veo a nadie en él; sólo dos caballos enganchados…
uno gris y otro castaño. El caballo se llama Manzana, el gris, porque le gustan las
manzanas. El otro es Duque. Son muy buenos. No muerden. Tienen patas
grandes… patas grandes.
—¿Hay también un caballo malo? ¿Un caballo distinto?
—No, son muy buenos.
—¿Tú estás ahí?
—Sí. Le veo el hocico. Es mucho más grande que yo.
—¿Estás en el carruaje? —Por la naturaleza de sus respuestas yo había
comprendido que ella era una criatura.
—Hay caballos. También hay un niño.
—¿Qué edad tienes?
—Soy muy pequeña. No sé. Creo que no sé contar.
—¿Conoces al niño? ¿Es tu amigo, tu hermano?
—Es un vecino. Ha venido a… una fiesta. Hay… una boda o algo así.
—¿Sabes quién se casa?
—No. Nos dijeron que no nos ensuciáramos. Tengo pelo castaño… y zapatos que
se abotonan por un lado, hasta arriba.
—¿Son tus ropas de fiesta? ¿Ropas finas?
—Es blanco… una especie de vestido blanco con un… con algo lleno de volantes
y se ata por atrás.
—Tu casa ¿está cerca?
—Es una casa grande —respondió la niña.
—¿Es ahí donde vives?
—Sí.
—Bien. Ahora puedes mirar dentro de la casa; es correcto. Se trata de un día
importante. Habrá gente bien vestida, con ropa especial.
—Están preparando comida, muchísima comida.
—¿La hueles?
—Sí. Están haciendo una especie de pan. Pan… carne… Nos dicen que volvamos
a salir.
Eso me divirtió. Yo le había dicho que podía entrar sin problemas y alguien le
ordenaba que volviera a salir.
—¿Te llaman por tu nombre?
—Mandy… Mandy y Edward.
—¿Edward es el niño?
—Sí.
—¿Y no os dejan entrar en la casa?
—No. Están muy ocupados.
—¿Y qué pensáis al respecto?
—No nos importa. Pero lo difícil es no ensuciarse. No podemos hacer nada.
—¿Vas a la boda? ¿Más tarde?
—Sí… veo a mucha gente. El salón está atestado. Hace calor, mucho calor. Allí
hay un párroco; ha venido el párroco… con un sombrero raro… grande… negro. Le
sobresale mucho sobre la cara… mucho.
—¿Es un momento feliz para tu familia?
—Sí.
—¿Sabes quién se casa?
—Mi hermana.
—¿Es mucho mayor que tú?
—Sí.
—¿La ves ahora? ¿Tiene puesto el vestido de novia?
—Sí.
—¿Y es bonita?
—Sí, muy bonita. Lleva muchas flores alrededor del pelo.
—Mírala bien. ¿La conoces de algún otro lugar? Mírale los ojos, la boca…
—Sí. Creo que es Becky… pero más pequeña, mucho más pequeña…
Becky era amiga y compañera de trabajo de Catherine. Aunque íntimas, a
Catherine le molestaba la actitud crítica de Becky y el hecho de que se
entrometiera en su vida y en sus decisiones. Después de todo, eran amigas y no
parientes. Pero tal vez la diferencia ya no estuviera tan clara.
—Me… me tiene cariño… y por eso puedo estar bastante cerca de ella en la
ceremonia.
—Bien. Mira a tu alrededor. ¿Están ahí tus padres?
—Sí.
—¿Ellos también te tienen cariño?
—Sí.
—Qué bien. Míralos bien. Primero, a tu madre. Tal vez la recuerdes. Mírale la
cara.
Catherine inspiró muy profundamente varias veces.
—No la conozco.
—Mira a tu padre. Obsérvalo bien. Su expresión, sus ojos… también la boca. ¿Lo
conoces?
—Es Stuart —respondió de inmediato.
Conque Stuart acababa de aparecer, una vez más. Eso valía la pena examinarlo
mejor.
—¿Qué relaciones tienes con él?
—Lo quiero mucho… me trata muy bien.
Pero opina que soy un fastidio. Piensa que los niños son un fastidio.
—¿Es demasiado serio?
—No; le gusta jugar con nosotros. Pero hacemos demasiadas preguntas. Pero es
muy bueno con nosotros, salvo cuando hacemos demasiadas preguntas.
—¿Eso lo enfada algunas veces?
—Sí. Debemos aprender del maestro, no de él. Para eso vamos a la escuela:
para aprender.
—Esas palabras parecen de él. ¿Te dice él eso?
—Sí, tiene cosas más importantes que hacer. Tiene que administrar la finca.
—¿Es una finca grande?
—Sí.
—¿Sabes dónde está?
—No.
—¿Nunca mencionan la ciudad o el estado? ¿El nombre de la ciudad?
Ella hizo una pausa para escuchar con atención.
—No oigo eso.
Y volvió a guardar silencio.
—Bien, ¿quieres explorar más en esta vida? ¿Adelantarte en el tiempo? ¿O con
esto…?
Me interrumpió:
—Basta.
Durante todo este proceso con Catherine, yo me había mostrado reacio a analizar
sus revelaciones con otros profesionales. En realidad, exceptuando a Carole y a
otros pocos con quienes me sentía «a salvo», no había compartido esta notable
información con nadie. Sabía que el conocimiento proveniente de nuestras
sesiones era verdadero y muy importante, pero me preocupaban las posibles
reacciones de mis colegas profesionales y científicos; por eso guardaba silencio.
Aún me preocupaba por mi reputación, mi carrera y la opinión ajena.
Mi escepticismo personal se había ido mermando con las pruebas que recibía de
labios de Catherine, semana tras semana. Con frecuencia volvía a escuchar las
grabaciones y a experimentar nuevamente las sesiones, con todo su dramatismo
y su fuerza directa. Pero los otros tendrían que confiar en mis experiencias;
aunque intensas no serían con todo las suyas. Me sentía obligado a reunir aún
más datos.
A medida que gradualmente aceptaba y daba crédito a los mensajes, mi vida se
iba volviendo más simple y satisfactoria. Ya no había necesidad de fingir,
desempeñar papeles ni ser otra cosa que yo mismo. Las relaciones se tornaron
más francas y directas. La vida familiar era menos confusa, más descansada. La
renuencia a compartir la sabiduría que me había sido dada a través de Catherine
iba disminuyendo. Me sorprendió descubrir que casi todo el mundo se mostraba
muy interesado y quería saber más. Muchos me hablaron de sus privadísimas
experiencias de hechos parapsíquicos, ya fueran percepciones extrasensoriales,
cosas vividas anteriormente, abandonos del cuerpo, sueños de vidas anteriores u
otras cosas. Muchos no se habían atrevido a revelar esas experiencias ni a sus
mismos cónyuges. Imperaba un miedo casi uniforme a que, al compartir sus
experiencias, los otros los consideraran extraños, aun sus propios familiares.
Sin embargo, esos sucesos parapsíquicos son bastante comunes, más frecuentes
de lo que la gente cree. Es sólo la renuencia a revelar los fenómenos psíquicos a
otros lo que les hace parecer raros. Y los más instruidos son los más renuentes a
compartirlos.
El respetado presidente de un gran departamento clínico de mi hospital cuenta
con la admiración internacional por su experiencia; él habla con su padre fallecido,
que varias veces lo ha protegido de peligros graves. Otro profesor tiene sueños
que le proporcionan los pasos que faltan o las soluciones para sus complejos
experimentos de investigación; los sueños nunca se equivocan. Otro doctor, muy
conocido, suele saber quién lo llama por teléfono antes de levantar el auricular. La
esposa del presidente de psiquiatría de una universidad del Medio Oeste es
doctora en psicología; sus proyectos de investigación están siempre
cuidadosamente planeados y ejecutados; nunca ha revelado a nadie que, cuando
visitó Roma por primera vez, caminaba por la ciudad como si tuviera un mapa
impreso en la memoria. Sabía, sin un fallo, lo que había a la vuelta de cada
esquina. Aunque nunca había estado en Italia ni conocía el idioma, los italianos se
dirigían a ella invariablemente en el idioma del país, confundiéndola con una
compatriota. Su mente luchaba por asimilar esas experiencias vividas en Roma.
Comprendí por qué esos profesionales, tan bien preparados, mantenían sus
experiencias en secreto. Yo era uno de ellos. No podíamos rechazar nuestras
propias experiencias, los datos de nuestros sentidos. Sin embargo, nuestros
estudios se oponían diametralmente, en muchos aspectos, a la información, las
experiencias y las creencias que habíamos acumulado. Por eso guardábamos
silencio.

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