Por Que Asesino A Su Mayor Amor
Dentro de Hildebrandt parecería haber mucho material importante y en las sesiones siguientes el doctor Whitton hizo regresar a Michael a distintas etapas de la vida del caballero. Lo que Michael veía no era agradable -en realidad solía ser horrible-, pero a veces experimentaba efectos posteriores casi placenteros. Un vago sentimiento de consolidación interior le dijo que estaba por levantarse el velo de la represión, de su represión. Era el velo que quince años de análisis no habían podido levantar. Pero ¿por qué ni Michael ni los especialistas sospecharon que los problemas no se habían generado en la infancia sino en otras encarnaciones?
Como si limpiara un inmenso panel de vidrio con un palillo y un trocito de algodón, el doctor Whitton limpió la pantalla de los recuerdos sepultados de Michael, tratando de que brillaran a la luz. Pretendía no sólo develar al Michael Gallander de ochocientos años atrás sino también analizarlo. Si bien llevó mucho tiempo unir los diferentes trozos de la vida de Hildebrandt, el doctor Whitton fue consciente desde el principio de que trataba con alguien capaz de hacer mucho daño…
Hildebrandt ha dejado muy lejos su principado. En 1189, a los treinta y un años es caballero comandante de la Tercera Cruzada estacionada en el desierto cerca de Acre, Palestina. El orgulloso teutón, que viste mantos blancos con una cruz negra, maldice el calor intolerable por sus vidas. Pero los ruegos no hacen mella en Hildebrandt, que mira con desdén a las cautivas. En los alrededores se ven muchísimas armaduras pertenecientes a caballeros muertos en la batalla. Esos hombres valientes y leales habían sido como hermanos para él. Hildebrant siente deseos de llorar por haberlos perdido. En lugar de llorar, temiendo traicionar sus sentimientos, recurre a la barbarie.
Ordena a sus hombres que coloquen a las pequeñas mujeres en las armaduras fijadas al suelo como gigantescos cangrejos de acero y que las dejen morir asadas por el sol. Los gritos de las mujeres no logran salvarlas.
Michael temblaba y sudaba al volver a la conciencia normal, pero el trabajo dio sus frutos a las pocas horas. Por primera vez desde que era chico, Michael no sintió el terror de ser enterrado vivo. En los meses que siguieron Michael habría de observar los
múltiples delitos de Hildebrandt. Una vez se sintió en el cuerpo del caballero, a caballo, mirando una mujer que, con un bebé en brazos, rogaba por su salvación. “Estoy mirándola
como quien contempla un gusano. Sin simpatía. Sin compasión “, contó después. La acción de atravesar con su lanza los cuerpos de la mujer y el bebé lo sacó del trance con lágrimas rodando por sus mejillas. Sabía que él era el responsable pero no quería aceptar ni creer lo que había visto. También sabía que como Michael Gallander era incapaz de una crueldad semejante. Cuando ese día se fue del consultorio del doctor Whitton, caminó hasta un parque cercano y se detuvo para alimentar a las palomas. Al observar las aves que buscaban y comían las migas de pan se preguntaba cómo el mismo hombre con tan buenos instintos había asesinado a una mujer indefensa. Y entonces recordó que hasta Hitler quería a los perros.
El primer año de sesiones de Michael con el doctor Whitton no había concluido aun cuando, después de mucha resistencia, encontró a Hildebrandt cuando tenía doce años. Y esa vez su atención se concentró en otros actores del drama medieval. Los padres de Hildebrandt le resultaban más que familiares… Eran sus padres en la vida presente. Las circunstancias no habían sido muy diferentes para él en Westfalia en el siglo Xill: ahí estaba él, nacido de una unión sin amor que le
había ofrecido una niñez perturbada. Su sensación de sentirse rechazado a veces se convertía en antagonismo activo…
El padre de Hildebrandt está enseñándole cómo soldar una espada. El muchachito, recordando afrentas, ve que se le presenta la oportunidad de vengarse y hiere al padre en un ojo. Unas semanas después, el tirano malherido muere de un tumor cerebral. Todos creen que la muerte es accidental, pero Hildebrandt sabe la verdad…
En cada sesión Michael aprende más… La madre de Hildebrandt es una mujer calculadora, conspira para proteger sus intereses y navega triunfante en la corriente de las intrigas cortesanas. A los trece años se considera a Hildebrandt en el umbral de la virilidad y un corto período lo separa del poder, del control de las posesiones que pueden recorrerse en una dirección en “un día de cabalgar cruzando el bosque”. Pero su incipiente virilidad lo ha hecho atractivo sexualmente para su madre, quien no conforme con una serie de aventuras en la corte, se insinúa a su hijo. Eso repugna tanto al joven príncipe que reacciona rechazando a su madre empujándola hacia lo alto de una escalera. Luchan y la seductora fracasada cae, no sin antes tratar de aferrarse a los brazos del hijo a quien deja los tríceps llenos de magullones…
A partir del recuerdo de ese episodio, no volvió a producirse el prurito que molestaba a Michael. Algo estaba sucediendo; una especie de descongelamiento lento parecía haberse puesto en marcha en el congelador de su psiquis. Todo era muy alentador pero había mucho más en la experiencia de Michael como Hildebrandt y otros. Otros nueve meses de sesiones transcurrieron hasta que se obtuvo el relato, paso por paso, de la desastrosa relación amorosa del caballero …
Justo antes de que Hildebrandt heredara su principado, se enamoró de una joven llamada Rachael, hija de un judío letrado (nadie en la familia de Hildebrandt sabía leer ni escribir) que servía como médico en la corte. Al mismo tiempo, el príncipe estaba muy influenciado por un monje de la corte que había maniobrado a los padres de Hildebrandt durante años. Poco le costaba dominar al hijo y heredero. Mientras Hildebrandt y Rachael creen que han logrado mantener su relación en secreto, los espías del monje no sólo descubren a la pareja sino que se enteran de que Rachael está embarazada. El monje sospecha que Rachael le pedirá a Hildebrandt que se case con ella. Considerando que esa unión sería un sacrilegio, planta semillas de desconfianza en la mente de Hildebrandt. Le insinúa que Rachael quiere el matrimonio para robarle el trono. Y le dice: “no puedes casarte con una judía. Los judíos han sido maldecidos por Dios; debes hacer un buen matrimonio político”. Hildebrandt es un joven idealista convencido ahora de su incapacidad para llevar el idealismo a la realidad. Quiere que el mundo respete su voluntad pero se siente sacudido por el viento de las circunstancias. Así que cuando Rachael le da la noticia de que está embarazada, el príncipe explota al darse cuenta de que son los acontecimientos los que manejan su vida. Y lo invade la furia, como quería el monje. La furia y la frustración son tan grandes que golpea a Rachael en el estómago y le quiebra el cuello con sus fuertes manos. Entonces, con un rápido movimiento, la tira de una de las terrazas del castillo a la fosa. Hildebrandt, en estado de shock mira abajo sin poder creer que es el cuerpo de su amada lo que está allá abajo, semi sumergido en el agua estancada y maloliente.
Descompuesto, vomitando, se aleja para bloquear de su mente lo sucedido. Pero es tan extenuante la represión
que aprieta los puños hasta que le sangran las manos…
Cuando emerge del retraimiento, Hildebrandt está en calma y es nuevamente dueño de sí. Es como si Rachael nunca hubiera existido…
Esa represión gesta una neurosis que lo transforma en un cristiano obsesivo que, como organizador local de la Tercera Cruzada, convierte su auto desprecio en venganza contra los musulmanes en Tierra Santa. No ejerce la piedad porque no puede sentirla…
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