Los Planos Del Estado Astral – Muchas Vidas Muchos Maestros Capítulo 12-2

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Los Planos Del Estado Astral – Muchas Vidas Muchos Maestros Capítulo 12-2

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»Hay siete planos… siete, a través de los cuales debemos pasar antes de que regresemos. Uno de ellos es el plano de la transición. Allí esperamos. En ese plano se determina qué llevará cada uno a su próxima vida. Todos tendremos… un rasgo dominante. Puede ser la codicia, la lujuria… pero sea lo que fuere lo determinado, necesitamos saldar nuestras deudas con esas personas. Después se debe superar ese rasgo en esa vida. Debemos aprender a superar la codicia. De lo contrario, al retornar tendremos que llevar ese rasgo, además de otro, a la vida siguiente. Las cargas se harán mayores. Con cada vida por la que pasamos sin pagar las deudas, cada una de las siguientes será más dura. Si las saldamos, se nos dará una vida fácil. Así elegimos qué vida vamos a tener. En la fase siguiente somos responsables de la vida que tenemos. La elegimos.

Catherine calló.

Al parecer, eso no provenía de un Maestro. Se identificaba como «nosotros, los de los niveles inferiores», en comparación con las almas del nivel superior, «los sabios». Pero el conocimiento transmitido era tan claro como práctico.

Me quedé pensando en los otros cinco planos y en sus cualidades. ¿Sería uno de ellos la etapa de renovación? ¿Y la etapa de aprendizaje, la de decisión? Toda la sabiduría revelada por esos mensajes recibidos de almas en diversas dimensiones del estado espiritual era consecuente. Aunque difirieran el estilo de expresión, la fraseología y la gramática, el refinamiento del verso y el vocabulario, el contenido se mantenía coherente. Yo iba adquiriendo un conocimiento espiritual sistemático. Y ese conocimiento hablaba de amor y esperanza, fe y caridad. Examinaba virtudes y vicios, deudas para con otros y para con uno mismo. Incluía vidas pasadas y planos espirituales entre una y otra vidas. Y hablaba del progreso del alma por medio de la armonía y el equilibrio, el amor y la sabiduría, el progreso hacia una unión mística y extática con Dios.

En el trayecto se me brindaban muchos consejos prácticos: sobre el valor de la paciencia y de la espera, la sabiduría del equilibrio natural, la erradicación de los miedos, sobre todo del miedo a la muerte; la necesidad de aprender la confianza y el perdón; la importancia de no juzgar a otros, de no interrumpir la vida de nadie; la acumulación y el uso de los poderes intuitivos. Y también, quizá lo más importante de todo, la inconmovible certeza de que somos inmortales. Estamos más allá de la vida y de la muerte, más allá del espacio y del tiempo. Somos los dioses, y ellos son nosotros.

—Estoy flotando.

Catherine volvía a susurrar.

—¿En qué estado te encuentras? —pregunté.

—Nada… estoy flotando… Edward me debe algo… me debe algo…

—¿Sabes cuál es esa deuda?

—No… Algún conocimiento… que me debe. Tenía algo que decirme, tal vez sobre la hija de mi hermana.

—¿La hija de tu hermana? —repetí.

—Sí… es una niña. Se llama Stephanie.

—¿Stephanie? ¿Qué necesitas saber sobre ella?

—Necesito saber cómo ponerme en contacto con ella —respondió.

Catherine nunca me había mencionado la existencia de esa sobrina.

—¿Mantiene una relación muy estrecha contigo? —pregunté.

—No, pero querrá encontrarlos.

—¿A quiénes? —interrogué, confundido.

—A mi hermana y a su esposo. Y la única manera en que podrá reunirse con ellos es a través de mí. Yo soy el lazo. Él tiene información. El padre de la niña es médico; ejerce en Vermont, en la parte sur de Vermont. La información vendrá a mí cuando haga falta.

Más tarde supe que la hermana de Catherine y su futuro esposo habían dado en adopción a una hija recién nacida. Por entonces eran adolescentes y no estaban casados. La adopción fue tramitada por la Iglesia. A partir de entonces no hubo información disponible.

—Sí —asentí—. Cuando llegue el momento.

—Sí. Entonces él me lo dirá. Él me lo dirá.

—¿Qué otra información tiene para ti?

—No lo sé, pero tiene cosas que decirme. Y me debe algo… algo, no sé qué. Me debe algo.

Guardó silencio.

—¿Estás cansada? —le pregunté.

—Veo una brida —fue la respuesta, en susurros—.Unos arreos en la pared. Una brida… veo una manta extendida ante un pesebre.

—¿Es un establo?

—Ahí hay caballos. Muchos caballos.

—¿Qué más ves?

—Veo muchos árboles, con flores amarillas. Ahí está mi padre. Él cuida de los caballos.

Comprendí que me hallaba ante una criatura.

—¿Cómo es él?

—Es muy alto, de pelo gris.

—¿Te ves a ti misma?

—Soy una criatura…, una niña.

—¿Tu padre es el dueño de los caballos o sólo los cuida?

—Sólo los cuida. Vivimos cerca.

—¿Te gustan los caballos?

—Sí.

—¿Tienes un favorito?

—Sí. Mi caballo se llama Manzana.

Recordé la vida de Mandy; allí también había aparecido un caballo llamado Manzana. ¿Estaría repitiendo una vida que ya habíamos experimentado? Tal vez la enfocaba desde otra perspectiva.

—Manzana… sí. Tu padre ¿te deja montar a Manzana?

—No, pero puedo darle cosas para comer. Lo usan para tirar de la carreta del señor, para tirar de su carruaje. Es muy grande. Tiene patas grandes. Si no tienes cuidado, te pisa.

—¿Quién más está contigo?

—Mi madre. Veo a una hermana… es más grande que yo. No veo a nadie más.

—¿Qué ves ahora?

—Sólo los caballos.

—¿Es una época feliz para ti?

—Sí. Me gusta el olor del establo.

Era muy concreta en referencia a ese momento en el establo.

—¿Hueles los caballos?

—Sí.

—¿Y el heno?

—Sí…, tienen la cara tan suave… también hay perros… negros, algunos negros, y algunos gatos… muchos animales. Los perros se usan para cazar. Cuando cazan aves dejan que los perros los acompañen. —¿Te ocurre algo?

—No. —Mi pregunta era demasiado vaga.

—¿Creces en esa finca?

—Sí. El hombre que cuida de los caballos. —Hizo una pausa—. En realidad no es mi padre.

Eso me confundió.

—¿No es tu verdadero padre?

—No sé, es… no es mi verdadero padre, no. Pero es como un padre para mí. Es un segundo padre. Es muy bueno. Tiene ojos verdes.

—Míralo a los ojos, ojos verdes, y trata de reconocerlo. Es bueno contigo, te quiere.

—Es mi abuelo… mi abuelo. Nos quería mucho. Mi abuelo nos quería mucho. Solía llevarnos a pasear siempre. Nosotros lo acompañábamos a un lugar donde él bebía. Y podíamos tomar gaseosas. Le gustábamos.

Mi pregunta la había sacado de esa vida para llevarla a su estado supraconsciente, observador. Ahora contemplaba la vida de Catherine y sus relaciones con su abuelo.

—¿Aún lo echas de menos? —pregunté.

—Sí —respondió con suavidad.

—Pero ya ves que ha estado antes contigo —expliqué, tratando de reducir su dolor al mínimo.

—Era muy bueno con nosotros. Nos amaba. Nunca nos gritó. Solía darnos dinero y nos llevaba siempre a pasear con él. Eso le gustaba. Pero murió.

—Sí, pero tú volverás a estar con él. Ya lo sabes.

—Sí. He estado antes con él. No era como mi padre. Son muy diferentes. —¿Por qué uno te quiere tanto y te trata tan bien, mientras que el otro es tan diferente?

—Porque uno ha aprendido. Ha pagado la deuda que tenía. Mi padre no ha pagado su deuda. Ha regresado… sin comprender. Tendrá que hacerlo otra vez.

—Sí —asentí—. Tiene que aprender a amar, a educar.

—Sí—respondió.

—Si no comprenden esto —añadí—, tratan a los hijos como a objetos de su propiedad, no como a personas que merecen amor.

—Sí

—Tu padre aún debe aprender eso.

—Sí.

—Tu abuelo ya lo sabe…

—Lo sé —interrumpió—. Tenemos muchas etapas que pasar cuando estamos en estado físico, igual que las otras etapas de evolución. Tenemos que atravesar la etapa infantil, la de la niñez, la de la adolescencia… Tenemos que avanzar cierta distancia antes de alcanzar… antes de alcanzar nuestra meta. Las etapas en la forma física son difíciles. En el plano astral son sencillas. Allí sólo descansamos y esperamos. Las otras son las difíciles.

—¿Cuántos planos hay en el estado astral?

—Hay siete —respondió.

—¿Cuáles son? —interrogué, tratando de confirmar los otros, aparte de los dos mencionados un rato antes.

—Sólo me han dicho dos: la etapa de transición y la de rememoración —repuso.

—Ésas son las dos que yo también conozco.

—Más adelante conoceremos las otras.

—Tú has aprendido al mismo tiempo que yo —observé —. Hoy hemos aprendido lo de las deudas. Es muy importante.

—Recordaré lo que deba recordar —añadió, enigmática.

—¿Recordarás estos planos? —inquirí.

—No. Para mí no son importantes. Para ti sí.

No era la primera vez que yo escuchaba algo así. Eso era para mí. Para que la ayudara, pero también más que eso. Para ayudarme, pero también más que esto.

Sin embargo, no llegaba a descubrir cuál sería la finalidad más importante.

—Pareces estar mejorando muchísimo —continué—. Aprendes mucho.

—Sí.

—¿Por qué atraes ahora a la gente?

—Porque me he liberado de muchos miedos y puedo ayudar. La gente siente una atracción psíquica hacia mí.

—¿Podrás entendértelas con eso?

—Sí —no cabía duda—. No tengo miedo —agregó.

—Bien. Yo te ayudaré.

—Lo sé —replicó—. Tú eres mi maestro.

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