Atrás quedaron todos los temores

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De Vuelta a Casa

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De Vuelta a Casa – La Vida Entre Las Vidas Video 28

La iluminación viva

 

“El mundo es mi ostra  y lo abriré con mi espada.” 

 

WILLIAM SHAKESPEARE, Las alegres comadres de Windsor 

 

Retrocediendo aterrorizada en el diván de cuero rojo del doctor Whitton, Linda Irving miraba la larga hoja curva que se introducía en su costado. Notó que el asaltante que la atacaba estaba enmascarado y admiró el cincelado de la empuñadura mientras la espada penetraba bajo el tórax y perforaba sus intestinos. Lanzaba horribles gritos guturales. Pero ella no estaba gritando ni ella estaba muriendo… era él, ese hombre corpulento que compartía su identidad, ese asesino llamado Rudolf Meyer que mereció morir en la cárcel de París que llamaban la Conciergerie. Era una noche fría y húmeda de 1761. .. El ser que observaba cómo caía Rudolf al piso sucio de su celda no era Linda ni Rudolf y sin embargo los abarcaba a ambos. Mediante su yo incorpóreo, Linda vio la huida del asesino por los corredores lúgubres de la prisión. Por un momento flotó alto por encima del cadáver de Rudolf notando la luz de una antorcha más allá de las altas ventanas con rejas que se extendían a lo largo de la celda. Luego oyó una voz, la del doctor Whitton, instándola a dejar atrás a Rudolf.

-Sigue más allá –murmuró-. ¿Qué ves?

De repente, gloriosamente, la oscuridad fue rota por una claridad intensa y Linda se sintió aspirada en un túnel pulsante y lleno de luz. Atrás quedaban todos los temores y las dificultades. El espacio y el tiempo no eran más que recuerdos. Linda estaba totalmente en paz consigo misma y formaba parte de ese todo de belleza y serenidad cuando emergió del túnel a la inefable inmensidad llena de luz. Sintió que había vuelto a casa.

Una vez que se acostumbró al resplandor de sus alrededores Linda se encontró sobre una plataforma de mármol, cuadrada, que irradiaba la misma luminosidad que había encontrado en el viaje hasta allí. Tres esquinas estaban ocupadas por seres que ella identificó como sus jueces. Cuando tomó su lugar en la cuarta esquina, descubrió que podía repasar con toda objetividad la vida que acababa de abandonar.

– ¡Habla! -ordenaron los jueces al unísono.

Linda dijo que ella merecía haber muerto violentamente. Los jueces estuvieron de acuerdo y le dijeron que sus acciones como Rudolf tendrían como consecuencia un largo sufrimiento en su vida siguiente como María Tovar. Pero en la vida después de ésa, en la que reencarnaría como Linda Irving, ella “vería lo que anduvo mal y lo enmendaría”.

En esta vida Linda es una mujer de treinta años, menuda, de hablar suave y carácter decidido pero gentil. Es una vegetariana estricta, evita la cafeína y el alcohol, practica yoga y meditación y en su tiempo libre pinta acuarelas y enseña bailes de salón. Pero lo que es casi toda su vida es su trabajo como terapeuta ocupacional. Cuando asistía a la escuela secundaria en Detroit, Linda decidió hacer su carrera en el arte aplicado a la curación. Después de mudarse a Canadá, empezó a estudiar terapia ocupacional en la Universidad de Toronto y, cuando se recibió, comenzó a practicar en un hospital del oeste de la ciudad.

El instinto y la intuición habían dirigido a Linda a una carrera con la que podía ayudar a los que sufrían, por accidente o enfermedad, de incapacidades emocionales, mentales y físicas. Pero sólo los viajes a las vidas pasadas y a la vida intermedia pudieron descubrirle las razones de esa compulsión interna. Y las repetidas excursiones en estado de hipnosis la capacitaron para desprenderse de unas depresiones enervantes e irregulares y de un bloqueo que le impedía trabajar con todo su potencial. En la metaconciencia se hizo casi tangible el significado y el propósito de la vida de Linda. El estudio del caso kármico de Linda comienza mucho antes de su encuentro con Rudolf Meyer…

En noviembre de 1983, una amiga le recomienda que se ponga en contacto con el doctor Whitton con la esperanza de que la exploración de vidas pasadas aliviara los problemas que se negaban a desaparecer. Aunque Linda no sentía que los problemas estuvieran relacionados con su niñez, en realidad se había criado en un ambiente difícil. Recordaba que el padre siempre había tenido una tendencia suicida y su desesperación a veces ocasionaba que el matrimonio estuviera al borde de la separación. Pero Linda poseía un entendimiento intuitivo de los problemas del padre y en las épocas de crisis podía mantener unida a la familia. En lugar de debilitarse, Linda se había fortalecido con los desafíos y los disgustos de su infancia. Era naturalmente autocrítica y pasó la adolescencia tratando de avenirse al ambiente de su hogar.

Aproximadamente a los veinticinco años Linda sintió que se había adaptado bien, pero que no podía evadir las depresiones periódicas que la asaltaban y que oscurecían sus iniciativas y su buen carácter natural. Junto con las depresiones experimentaba la sensación de que algo bloqueaba la satisfacción de su naturaleza.

-Tenía la impresión -explicaba Linda- de que había venido a la vida con limitaciones y que no podría progresar hasta que las eliminara.

Esa barricada emocional causaba dificultades de distintas maneras: coartaba su capacidad de mostrarse franca y cariñosa con los demás, la hacía temerosa de hablar en público y la hacía sentir no espontánea en sus relaciones personales. También debía luchar contra otro problema psicológico: el temor crónico a cometer errores. Esa fobia la llevaba a la pasividad y a la inercia y fortalecía la sensación de que una fuerza invisible la tiraba hacia atrás.

Como creía en la reencarnación, no hubo que convencer a Linda de la realidad de las vidas anteriores. Pero, durante las dos primeras sesiones con el doctor Whitton, sintió que su imaginación era la responsable del conjunto de imágenes que se arremolinaban alrededor de un castillo situado en algún lugar de la Inglaterra medieval. Se vio como John, un guardia del castillo vestido con una túnica marrón, amarilla y azul. Entonces, de repente, el año 1842 apareció como un destello en la pantalla de su mente. Totalmente fuera de época, pensó Linda. Pero las imágenes medievales seguían pasando fugazmente hasta que, súbitamente, fueron más que imágenes. Eran hechos que estaban ocurriendo y Linda fue olvidada cuando John corría tras un carro tirado por un caballo, Jadeando y gritando que se detuviera. No se detendría… Linda volvió a la conciencia normal, verdaderamente iniciada en los misterios de las experiencias en las vidas pasadas.

El doctor Whitton había dicho a Linda que debía buscar las causas de su bloqueo y él pensó que la súbita aparición del año 1842 en una circunstancia obviamente anacrónica indicaba que el inconsciente de Linda evitaba de alguna manera el recuerdo. Todo lo que él podía hacer era presionar y confiar que en algún momento se anularía la resistencia a examinar acontecimientos desagradables de vidas anteriores. Su insistencia pronto se vio recompensada. La próxima vez que Linda entró en trance se encontró en el cuerpo de una joven de diecisiete años que bailaba con entusiasmo la música española en ‘un salón de baile de Madrid. Como su cabeza se movía de un lado a otro al compás de la música de ritmo rápido, los bordados del ruedo del vestido giraban ante sus ojos y el dibujo fue llenando poco a poco el campo visual hasta que pudo observar hasta las puntadas. Linda sintió que atravesaba el diseño y entraba en el salón. Y comprendió que estaba en el año 1842 y que esa vez realmente el recuerdo habría de estar bien ubicado. Ella era María Tovar, la hija de un rico comerciante. Estaba danzando alegre y coquetamente con Carlos Baroja, un joven muy buen mozo que tendría la edad de ella.

Este video se encuentra aquí: https://youtu.be/xQPG2sxYzpk ===============================================

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